Mario, el «semillero mágico»

Si te digo que la estructura de este recurso literario es introducción, nudo y desenlace, seguro que sabes de qué te voy a hablar. Es más, apuesto a que estas tres palabras resuenan en tu cabeza como una cantinela que aprendiste en la escuela y que ya no se te ha olvidado. ¡Efectivamente, has acertado¡ se trata de los cuentos.

Desde siempre los cuentos me han gustado. ¿Y a ti?.

Me parecen una herramienta, aparentemente sencilla, con la que no solo se despierta la imaginación y creatividad de niñ@s y por qué no, también de adult@s, sino que aportan enseñanzas a problemas o conflictos propios de la vida cotidiana con los que en mayor o menor medida, dependiendo del cuento, nos identificamos.

La narrativa a través de sus personajes y diálogos, te hacen reflexionar sobre tu propia conducta, tu comportamiento y tu actitud.

Dado que es un lenguaje más indirecto donde las emociones y sentimientos se mezclan, te dejan, al finalizar su lectura,  en esa especie de limbo en la que no te queda nada más que asentir con la cabeza y afirmar ¡pues es verdad lo que dice, qué razón tiene!. Además, a través de los cuentos, se transmiten valores que de otra forma resulta más complicado hacerlo.

Yo tengo mis preferidos como seguro, te pasa a ti. Son cuentos que he fijado a momentos de mi vida concretos por lo que me han aportado en ese instante, porque realmente explicaban muy bien el proceso por el que estaba pasando. Poco a poco os los iré mostrando a través del blog, algunos son muy conocidos, pero hoy me apetece compartir contigo un cuento que escribí hace unos cuatro años, en un momento de inflexión en mi vida, mientras viví mi propio proceso de Coaching de Imagen. Te dejo con el cuento…

Mario, “el semillero mágico”

        En un pueblo muy lejano, hace muchos años, vivía un hombre al que se le conocía como Juan “el gris”. Siempre que alguien se dirigía a él para preguntarle qué tal estaba, cómo le iba la vida o qué le parecía una u otra cuestión, sus respuestas se reducían a “me encuentro fatal”, “todo me va mal”, “no me siento bien” “nunca me salen las cosas como yo quiero” “seguro que me equivoco”, “no se te ocurra bañarte en el río que seguro te coges un resfriado” etc, etc, etc.

        Tal era su nivel de pesimismo y de crítica ante él, los otros y la vida, que la gente del pueblo acabó por no dirigirle la palabra. Estaban cansados de escuchar tantas críticas y negatividades hasta el punto de temer que sus palabras, cuando las dirigía hacia ellos, llegaran a hacerse realidad. Así que, cada vez que le veían a lo lejos, se cambiaban de acera, se hacían los despistados cómo si no le hubieran visto y en el caso, de que se topasen con él,  le decían simplemente: “¡hasta luego Juan!, tengo prisa, no me puedo parar”.

        Estas actitudes de los vecinos y las vecinas, lejos de ayudar a Juan, le vinieron a confirmar todos y cada uno de sus pensamientos,  por lo que la actitud de Juan ante él, los demás y la vida era cada vez más crítica y más negativa.

        Los sábados era el día del mercadillo del pueblo. Se instalaban puestos de todo tipo de objetos, herramientas, alimentos, especias, aromas… La gente acudía cada sábado con gran entusiasmo para comprar lo que necesitaban. Este sábado, el mercadillo contaba con un puesto diferente. Se trataba del puesto de  Mario “el semillero mágico”. Efectivamente, Mario vendía semillas de todo tipo, traídas de las más lejanas tierras. La gente del pueblo, atraída por la curiosidad, se acercaba al puesto y cargaba con diferentes semillas para plantar en sus tierras.

         Estaba Mario entregado a la venta de sus especias con la gente del lugar, cuando de pronto ve pasar frente al puesto a Juan “el gris”. Mario, extrañado de que no se parase en su puesto como lo habían hecho todos los vecinos, atraídos por la novedad, le llamó la atención.

– ¡Señor, señor! ¿No se va a parar a mirar las semillas que tengo?

– Es a mí a quién se dirige. A Juan le resultaba extraño que alguien le dirigiera la palabra. Ya se había acostumbrado a que nadie le hablara.

– Sí, señor es a usted. Por favor acérquese y eche un vistazo.

– No gracias, no tengo ningún interés en comprar semillas. No tengo tiempo para perderlo en esas tonterías. Además, seguro que no me crecería nada.

– No se preocupe por eso, tengo una semilla especial para usted. Solo tiene que plantarla y confiar en las buenas palabras.

– Perdone que le contradiga, pero no le creo.

        Aun así, Mario “el semillero mágico”, consiguió convencer a Juan “el gris” y este, acabó aceptando la semilla que le ofreció, con tal de no seguir discutiendo con el semillero.

        Nada más llegar a casa, Juan “el gris” plantó la semilla en una de las jardineras que estaba en la ventana de su habitación. La echó un poco de agua y ahí la dejó. Fueron pasando los días y de vez en cuando, al acordarse iba y regaba la jardinera mientras repetía una y otra vez en voz alta: ¡Maldita semilla, ya sabía yo que no ibas a salir! ¡no sirves para nada! ¡no eres capaz ni de crecer!.

        Un día, al ir a regar la semilla plantada en la jardinera, se acordó de las palabras que le dijo Mario “el semillero mágico”, algo así como que confiara en las buenas palabras y justo cuando iba a pronunciar su retahíla de maldiciones, se detuvo, respiró profundamente y mientras regaba la semilla, dijo tímidamente: ¡Qué día más bonito hace hoy, estaría bien que salieras para poder verlo! .

        Juan “el gris” se sorprendió al pronunciar estas palabras, se sintió raro. Hacía tiempo que de su boca no salían buenas palabras, palabras positivas, que le hacían sentirse bien, con ganas de superarse, con confianza y con un bienestar interno que le hizo sonreír. Le gustó tanto esta sensación, que esto hizo que al día siguiente, y al otro, y al otro repitiera el mismo mensaje mientras regaba la jardinera, cada vez con más convencimiento.

        Pasados unos días, cuando se dirigió a la ventana, observó en la jardinera como sobresalía un pequeño brote verde. Juan “el gris” no pudo reprimir su sorpresa. El corazón le dio un vuelco, le palpitaba velozmente y sintió tal júbilo, que enseguida se dio cuenta del poder tan grande que tenían los mensajes positivos, estas “buenas palabras” que sonaban a música celestial para sus oídos. Se dijo a sí mismo, ¡este es el verdadero abono de la semilla para transformarse en una preciosa planta!. Fue así, como comprendió que él necesitaba regar su interior para crecer, necesitaba de ese abono mágico, de esas  “buenas palabras” si quería crecer como su planta y ver lo bello de él y lo bonito que eran los días. A partir de ese momento, Juan “el gris” pasó a ser conocido, en el pueblo, como Juan “buenas palabras” y desde entonces, ya todo el mundo le saludaba cuando paseaba por el mismo.

¿Te es familiar? ¿Te suena de algo eso de tu voz crítica y tu voz guía?

La forma en que te hablas y desde dónde lo haces, marca la diferencia entre sentirte bien o mal y alcanzar o no, tus metas.

Ambas son como dos vocecillas que aparecen en tu cabeza. Una, en forma de diablo. Es la voz crítica que aparece con un lenguaje severo, poco constructivo que te machaca, te exige, te presiona, e incluso te castiga cuando no haces, piensas, sientes, lo que se supone que “deberías” o “tendrías que” cumplir. Son reglas que tienes escritas en tu particular libro de normas, las cuales, se empezaron a escribir, por personas cercanas a ti, desde tu más tierna infancia y que has incorporado tal cual, sin pararte a revisar, si hoy en día, te sirven y son válidas para lograr tus propósitos o más bien, te dejan sin posibilidad de crecer.

La otra voz, la voz guía, es más agradable, es ese angelito que te produce bienestar, te alienta, te motiva, te empuja hacia lo que verdaderamente deseas y te pone en el camino de conseguir tus objetivos porque no te juzga, te acepta, tal y como eres.

, al igual que el protagonista del cuento, puedes crecer escuchando a tu voz guía. Siembra en ti esas “buenas palabras” que hagan brotar lo mejor de ti para que puedas recoger tus frutos.

Te espero en la próximo post y mientras tanto, ¡se tú y brilla desde tu Belleza Imperfecta!.

4 comentarios
  1. Miriam
    Miriam Dice:

    Que alegria volver a leer un cuento tuyo. Hacía mucho tiempo que no escribias y, como siempre, me has sorprendido. Al leerlo, he traido a mi memoria a diferentes personas que podrían disfrutar mucho más de su vida si no se dejaran llevar por su voz crítica. Estoy de acuerdo en que la forma en que te hablas a tí misma, e incluso a los demás, determina lo que puedes conseguir en la vida. El amor recupera, sana…

    Responder
  2. Miriam
    Miriam Dice:

    En un momento difícil de mi vida alguien me envió el cuento «la isla de las emociones» y me ayudó. Os dejo un fragmento.

    “Él es el único capaz de conseguir que el Amor sobreviva cuando el dolor de una pérdida le hace creer que es imposible seguir adelante. Él es el único capaz de darle una nueva oportunidad al Amor cuando parece extinguirse. Él te salvó, Amor, Él es el Tiempo”.

    Responder
    • Teresa Contreras
      Teresa Contreras Dice:

      Hola Miriam!

      ¡Qué bien, que te sirviera!. Los cuentos tienen esa facilidad de decir mucho en un lenguaje muy sencillo. Incluso en muchas ocasiones, justo dicen lo que tú quieres expresar. ¡Usemos más los cuentos!

      Besotes

      Responder

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